Autor: Javier Burrieza Sánchez

Playa de Levante – Benidorm

España fue institucionalizando el turismo. Ya no era únicamente cuestión de la revolución de los transportes, sino también de la creación del Patronato Nacional en 1928. La dictadura de Primo de Rivera y la II República avanzaron distintas medidas. La guerra civil y la penosa posguerra desbarataron algunos planes racionales de un primer aprovechamiento de las costas. Sin embargo, el turismo formó parte de la política exterior del franquismo, desde los años cincuenta y, especialmente en la década siguiente, con un Ministerio propio. Y es que España, la de los tópicos que se quería distinguir del resto del mundo, iba multiplicando el número de turistas extranjeros que recibía. Los españoles también se daban cuenta que el sol y las playas de su país eran las adecuadas para las vacaciones. La expansión del parque automovilístico —los seiscientos empezaban a surcar las carreteras nacionales— fue el principal medio de acercamiento de los turistas españoles, con sus familias más o menos numerosas, a las nuevas costas que transformaban su paisaje y urbanismo. La demanda era tan desproporcionada ante la anterior inexistencia de infraestructuras, que fue necesaria una fuerte inversión en el mercado inmobiliario. No solamente se construían hoteles sino segundas viviendas que también adquirió la nueva clase media española: los apartamentos en propiedad o en alquiler.

La playa de San Juan de Alicante sin turismo

En el vocabulario del veraneo se hicieron habituales lugares como la Costa Dorada, Salou, Peñíscola, Gandía, Benidorm, San Juan en Alicante, Torrevieja, La Manga, Marbella —“paseando mi soledad, por la playa de Marbella, yo te ví cartagenera, luciendo tu piel morena” cantaban “Los 3 Sudamericanos”— y, más recientemente, la gaditana de la Barrosa. No podemos olvidar las islas, Canarias, Ibiza o Mallorca. Esta última se había empezado a convertir en habitual destino de las lunas de miel de los españoles de los años sesenta. Por algo, la vallisoletana Helena Bianco triunfaba en 1968 con aquel reclamo de “El Puente” que uniese Valencia con Mallorca, pues tenía “miedo al avión y al barco”. La playa era tan importante que, para los que no podían viajar a ella y se encontraban en el interior, se adoptaron las “costas fluviales”. Los vallisoletanos reprodujeron una propia junto al Pisuerga, muy concurrida en tiempos pasados. Y nacieron las piscinas, antes menos particulares, ahora más presentes en muchas comunidades de vecinos, en otra forma de hacer ciudad.

Playa del Postiguet, Alicante en los primeros años del Boom

La imagen de España que las autoridades franquistas vendieron desde aquel “Spain is different”, retrataba un país distinto, singular. Nada de vocación europeísta, sino más bien impulso a los valores autóctonos, extendiendo los tópicos andaluces a toda la geografía nacional. Cambios en la imagen de la exhibición del turista. Incluso, los predicadores desde los púlpitos tuvieron que moderar su discurso anterior sobre el uso del bikini, que había sido regulado por la Dirección General de Seguridad en 1958. La llegada de los turistas extranjeros contribuyó a la modernización de las costumbres, sobre todo para las propias de los jóvenes, mucho más allá de las que habían estudiado en Formación del Espíritu Nacional. Nuevas formas de vestir, amén de los ídolos musicales que sancionaban estos cambios tímidamente por las canciones del verano o por el cine: “me lo dijo Pérez, que estuvo en Mallorca y vino encantado de todas las cosas que vio por allí […] que allí la alegría, de noche y de día no tienen fin”. Con los cambios de aires de la playa, los españoles ventilaron el país. Si en la ciudad se quedaban los “rodriguez”, sus hijos se encontraban a la orilla del mar con María Isabel —“la playa estaba desierta, el mar bañaba tu piel, cantando con mi guitarra, para tí, María Isabel”— o la célebre Eva María que conocimos cuando nos la presentaron hace más de cuarenta años Fórmula V, “buscando el sol en la playa, con su maleta de piel y su bikini de rayas”.

Vista antigua de Benidorm

Como ha indicado Esther Sánchez desde estudios del CSIC, España fue centro de recepción de un turismo “barato, sedentario, poco exigente y de curiosidad superficial”. Los españolitos, entre los que se encontraban los vallisoletanos, no mejoraron mucho más los comportamientos, en un lugar de “descanso y evasión”. Hoy, sabiendo que el turismo continúa siendo la gran industria nacional, y aunque la playa es mayoritaria, se ha mejorado cualitativamente, en conciencia con un mayor equilibrio ambiental. Los desastres efectuados en épocas anteriores poco se han podido reparar. Se trata de conseguir un turismo que potencie los recursos naturales y culturales en los que España es realmente diferente. Las vacaciones de los vallisoletanos del siglo XXI pueden combinar numerosos factores, facilitando un mejor conocimiento de la naturaleza o regresando a los medios rurales de origen. Y para los que carecían de pueblo, se han multiplicado las casas rurales en ese turismo de interior que tampoco es un invento de nuestros días. Turismo menos estacional, sometido a las modas de la publicidad, en esos fines de semana de escapada, porque las bicicletas ya no son únicamente para el verano.

Playa de San Juan, Alicante

*Valladolid, veraneo con historia