Autor: Javier Burrieza

El verano era para reponerse. Detrás de los que recomendaban los baños de ola, estaban médicos e higienistas. Fue Brighton, en la costa sur inglesa y en el siglo XVIII, donde encontramos una estación balnearia costera. Se fueron extendiendo a otras costas del Atlántico —la francesa de Arcachon y Biarritz—, Mediterráneo y los Estados Unidos. Los núcleos de población junto al mar se transformaban urbanísticamente, se ensanchaban en ciudades-jardín, buscaban una mirada pintoresca, creando alojamientos para los visitantes en nuevos hoteles.

Aspecto de la playa de San Sebastián en 1908

En España, la costumbre del veraneo fue saliendo desde el interior hacia la costa. De las casas de campo en las afueras de las ciudades —pensemos en las villas del Valladolid de La Rubia— o de los balnearios de interior hasta el litoral cantábrico, gracias al nuevo medio de comunicación que discurría por los caminos de hierro. Lugares con excepcionales condiciones naturales fueron marginados cuando eran solamente servidos por diligencias. Llanes, por ejemplo, estaba a ocho horas de la estación de Torrelavega. Y todo ello, a pesar de las dificultades planteadas por las guerras carlistas. No todas las estaciones costeras eran notables centros de servicio. Fueron frecuentes las de pequeño tamaño, servidas por fondas y casas particulares que se abrían a los viajeros que llegaban en verano, en pueblos centrados en la pesca. A veces, eran satélites de una estación principal, que no podía acoger social y económicamente a todos los que deseaban llegar hasta ella. Así ocurría con Suances en relación con Santander. Zarautz era un núcleo medio, en el que convivían “veraneantes” de diferentes condiciones, mientras que en Comillas, su expansión se debió a la acción millonaria y política del primer marqués de aquella localidad, Antonio López. Gijón reunía condiciones naturales y además había estado en la vanguardia de la explotación de los baños de mar en Asturias, pero esta actividad era secundaria con respecto a otras. Isabel II acudió en 1854 a su playa de Pando, aunque el puerto desplazó esta actividad turística a la conocida playa de San Lorenzo.

Los balnearios de playa, un modelo sofisticado en San Sebastián

Los balnearios de playa, un modelo sofisticado en San Sebastián

Santander es el punto fundamental para esta historia del veraneo, sobre todo para los vallisoletanos. Las referencias más antiguas de baños de ola se establecían en 1847. La playa del Sardinero era definida para la primera mitad del siglo XIX y por José Simón Cabarga como un “lugar selvático e inculto, entregado por completo al triunfo de la naturaleza”. Para su configuración como lugar prioritario fue esencial el apoyo de la familia real y de los aristócratas que constituían la Corte en el liberalismo. Las visitas de Isabel II se sucedieron y se produjeron también las de Amadeo de Saboya, Alfonso XII —sin olvidar Comillas—, consolidándose como corte de verano con Alfonso XIII y Victoria Eugenia, entre 1912 y 1930. Su madre, la reina Cristina, edificó en San Sebastián el Palacio de Miramar, desde 1888. Frente al espacio selvático anterior, el Sardinero —a unos tres kilómetros de la ciudad— se convirtió en centro exclusivo en torno al veraneo real, un “espacio residencial de calidad” como lo ha definido José María Beascoechea.

El Palacio Real de la Magdalena

El Palacio de la Magdalena respondía a la arquitectura ecléctica victoriana y fue cedido por la ciudad a los monarcas, en la entrada de la bahía. Junto a los reyes veraneaba su Corte, por lo que fue necesario construir hoteles y pequeños palacetes que rodeaban la península de la Magdalena. Éste será el origen del Hotel Real. Además, desde 1870, se realizaron las pertinentes concesiones para levantar balnearios en la bahía, galerías de madera sobre postes que habían sido clavados en la misma playa para el servicio inmediato de los bañistas. El verano gastaba de aficiones aristocráticas como el polo o la equitación. De ahí, la necesidad del hipódromo de Bellavista. Santander como centro turístico de referencia estaba a la altura de Niza, Cannes o Biarritz. Por supuesto, no todos los que acudían eran aristócratas. Existían otros hoteles para alojarlos. La ciudad se había consolidado como destino para el verano pero también para los viajes de novios, antes de que se inventase la aviación comercial. No era tan raro llegar a conocer a los reyes, aunque Victoria Eugenia —bisabuela de Felipe VI— contaba con un espacio acotado en la playa. Algunas vallisoletanas, niñas entonces, me confirmaban como las llamaba la atención el rostro mucho más humano de la soberana, dotada de una belleza singular, descrita como una diosa griega, por su piel blanca y rubia cabellera.

Playa de El Sardinero en 1930

Continuando la costa cantábrica, San Sebastián era la principal estación turística junto al mar. A mediados del siglo XIX, existían todavía escasas infraestructuras que se multiplicaron con la comunicación por tren con Madrid. La capital guipuzcoana, en su ensanche, reservó un lugar para esta población flotante, más de veinticinco mil visitantes por temporada. Santander trató de conseguir este puesto pero San Sebastián disponía de una gestión más moderna. Con todo, no podemos olvidar la desembocadura del Abra en Bilbao, dotada de grandes playas. Pero debemos reconocer que en Santander, antes como ahora, encontramos al otro Valladolid, esta vez junto al mar.

Imagen playera de Gijón

Valladolid, veraneo con historia. Capítulo IV