Pedro Páez es uno de esos personajes cuya intensa vida fue olvidada por la historia, hasta ser rescatada su memoria y la crónica de sus apasionantes viajes hace muy poco tiempo. Fue uno de los misioneros jesuitas que a finales del siglo XVI tomó la ruta comercial portuguesa hacia las Indias, con destino a Goa. De camino a Etiopía fue apresado por los turcos en la costa de Arabia y esclavizado durante siete años. Una vez liberado volvió a Goa, para dirigirse nuevamente a Etiopía. Entre sus muchas aventuras, es recordado por ser uno de los primeros europeos que probó el café, quien convirtió al catolicismo a su Negus Nagast, el que cruzó el valle de Hadhramaut hasta la ciudad de Saná y el primero que llegó y describió las fuentes del Nilo Azul, ciento cincuenta años antes que escocés James Bruce de Kinnaird.

 

La presencia portuguesa en el Índico y en el Cuerno de África

Castillo de Fasilides en Gondar, Etiopía

La expansión portuguesa en el Índico a comienzos del siglo XVI amenazó los fundamentos económicos del Estado Mameluco de Egipto, al desviar el comercio de las especias y bloquear la salida del Mar Rojo. Por ello, ya en 1509 formó una flota con ayuda de los turcos otomanos, que fue derrotada por los portugueses en Diu, y su debilidad frente a la amenaza de los lusitanos fue uno de los principales motivos de su anexión por Imperio Otomano.

Cuando los portugueses llegaron al Cuerno de África, encontraron un reino cristiano negro, el de Abisinia, en plena crisis y bajo la grave amenaza de los turcos. En 1520 tuvieron su primer contacto con la embajada de Rodrigo de Lima. Además de ser un estado cristiano, y por tanto a sus ojos civilizado, podía proveerlos de alimentos, incienso y mirra, y podía ser asimismo un buen mercado para los productos tanto europeos como asiáticos de su comercio.

Abisinia era una confederación de pueblos y estados inconexa, con entidades de cultura, lengua, credo y etnia diferentes, bajo la autoridad de un Negus Nagast o Emperador de la dinastía Salomónida y una corte itinerante. A comienzos del siglo XVI su poder era contestado por los gobernadores de las provincias, los jefes militares y por la creciente población islamizada, que deseaba una mayor justicia social en un territorio en el que las mayores riquezas se concentraban en manos de la Iglesia.

 

La llegada de los portugueses coincidió con el crecimiento de esta población musulmana, los jabartas, que se negaban a pagar tributos al Negus, y con la aparición del pueblo galla u oromo, actualmente el mayor grupo étnico de la población etíope.

Tras la anexión de Egipto, los otomanos estrangularon las  tradicionales rutas comerciales etíopes y prohibieron las relaciones de la Iglesia Copta con el Patriarca de Constantinopla y con el Abuna etíope. La islamización fue definitiva en el litoral, la actual Somalia.

El sultán somalí de Adal, Muhammad Granye, el Zurdo, predicó en 1527 la Guerra Santa contra el emperador etíope, y con el concurso de la población musulmana ocupó gran parte de Abisinia e incluso puso en jaque al propio negus.

Para ello contó con el apoyo de los turcos, que le suministraron armas, artillería y tropas de infantería y caballería. Este sultán fue finalmente derrotado en Ouna Dega por el ejército etíope, reforzado con contingentes portugueses. A pesar de ello, los turcos ocuparon el único puerto importante de Etiopía, Massawa, en 1558.

La presencia de los portugueses, que controlaban algunas ciudades de la costa índica de Somalia, fue crucial para la supervivencia de la dinastía Salomónida frente el hasta ese momento imparable avance islámico, si bien fue asimismo un factor de desestabilización.

La labor de los jesuitas, y muy especialmente la de los sucesores de  nuestro protagonista, que había convertido al catolicismo al negus Susenyos, provocó una guerra civil y enfrentamientos que culminaron con la expulsión de los portugueses y religiosos católicos, y el restablecimiento del cristianismo monofisita por su hijo  y sucesor Fasilides en 1632. 

 

La misión jesuítica en Etiopía

Mapa de Etiopía, por Joan Blaeu, publicado en Ámsterdam en 1650

La evangelización de Etiopía estuvo encomendada en exclusividad a los jesuitas, una orden religiosa internacional fundada por Ignacio de Loyola. Al ser un territorio bajo la esfera de influencia de Portugal, la mayor parte de los misioneros que allí arribaron, vía Goa, eran de este origen. Una primera misión fue encargada por Loyola al Patriarca Joâo Nunes Barreto, que contaba con dos obispos auxiliares, el también lusitano Melchor Carneiro y el castellano Andrés de Oviedo, y partió de Lisboa en 1554.

Andrés de Oviedo, nacido en Illescas hacia 1518 y muerto en Fremona, Etiopía, en 1577, de origen noble, estuvo casado dos veces y tuvo, antes de ingresar en la Compañía de Jesús en 1541, una amplia descendencia. Graduado en Filosofía en la Universidad de Alcalá, estudió Teología en las universidades de París y Lovaina y fue uno de los fundadores de los colegios de Gandía y Nápoles, antes de ser nombrado Obispo y ser designado para la misión en Etiopía.

Oviedo fue el único de ellos que llegó a Abisinia en 1557, siendo recibido honrosamente por el negus Claudio (Galawdewos). Tras su muerte, fue sucedido en 1559 por su hermano Minas (Adamas Sagad), que se mostró en un primer momento benevolentemente con Oviedo, pero que posteriormente le prohibió tanto predicar como bautizar, encarcelándole y, posteriormente, desterrándole a Fremona, donde vivió sus últimos quince años. Su presencia fue muy importante para la comunidad portuguesa, soldados casados con mujeres del país, y su descendencia.

Tras la Unión de las Coronas, Felipe II, I de Portugal, se convirtió en el supremo protector de la actividad misionera en Oriente. El derecho preferencial portugués sobre Etiopía y el Asia portuguesa les fue reiteradamente recordado a los monarcas de la Casa de Augsburgo. El soberano, interesado en una alianza contra el Imperio Turco y en su conversión al catolicismo, encargó al virrey de Goa, don Duarte de Meneses, que enviase a dos misioneros a Etiopía. Los elegidos fueron el catalán Antonio Monserrat, que se había distinguido por su servicio en la corte de Akbar, en el Imperio Mongol, y el padre Pedro Páez.

 

El padre Pedro Páez

Nació en 1564 en Olmeda de la Cebolla, actual Olmeda de las Fuentes, un pueblo del obispado de Toledo actualmente en la Comunidad de Madrid. Estudió en la Universidad de Coimbra e hizo su noviciado en Belmonte. En 1588 se encontraba en Goa, y un año después partió desde el puerto de Masawa con destino a Etiopía junto a Antonio Montserrat. Capturados por los turcos, fueron tardíamente rescatados y regresaron a Goa en 1596, siendo los primeros europeos en recorrer el Hadhramaut.

En 1603 se encontraba en Etiopía, donde rápidamente aprendió el amárico y el geez. Adquirió una gran influencia en la corte, primero con el negus Za Dengel, depuesto en 1604, y posteriormente con Susenyos. A partir de 1607 compuso su Historia de Etiopía, un texto que incluye abundante información sobre arqueología, etnología, geografía, zoología, teología e historia natural. En esta obra dejó constancia de su vistita a las fuentes del Nilo Azul en 1618.

A solicitud del propio monarca, construyó iglesias de estilo europeo, lo que supuso la introducción del manierismo renacentista en el Macizo Etíope, si bien las mismas colapsaron por falta de uso de mortero en su construcción. Sus protectores otorgaron tierras y medios de financiación a las residencias jesuitas,  y Páez ejerció labores de diplomático,  al encargarse de redactar las misivas que el rey de Etiopía envió al Papa y al rey de España.

Esta protección provocó la reacción de los cortesanos seguidores de la ortodoxia tewahedo y a una rebelión militar, sofocada por Susenyos en 1617. A partir de este momento se aceleró la implantación del catolicismo en Etiopía.

Páez murió en 1622, posiblemente de malaria, en Gorgona. Fue sucedido por el patriarca Alfonso Mendes, cuya llegada contribuyó al destronamiento de Susenyos y a la entronización en 1632 de su hijo Fasilides, quien acabó decretando en 1634 la expulsión de los jesuitas y el cierre de Etiopía a cualquier influencia europea durante dos siglos. Pedro Páez es considerado, junto al navarro Francisco Javier en la India y al italiano Matteo Ricci en China, una de las grandes figuras de la evangelización en Oriente.

Ruinas de la residencia jesuita de Gorgona

El primer viajero europeo que describe el sur de Arabia

Ambos religiosos salieron de Goa en febrero de 1588. Su viaje bordeaba la costa india hacia el norte y contorneaba la península arábiga hasta el Mar Rojo y el puerto de Massawa. Delatados y apresados, fueron conducidos al puerto de Dhofar y de allí hacia el interior de Hadhramaut, una región que permaneció desconocida para los europeos hasta bien entrado el siglo XX.

Atravesando el desierto a pie, visitando varias ciudades, algunas de ellas en ruinas, hasta la corte del Sultán en Xael, donde permanecieron hasta que fueron reclamados por el bajá turco de Saná. Allí permanecieron hasta que fueron destinados a remar como galeotes en las galeras en el puerto de Moka, para ser finalmente rescatados a expensas del rey de España en 1596, por un precio de quinientos cruzados por cada uno.

Durante su estancia en el Yemen, Páez no perdió oportunidad para escribir todo lo que veía sobre vestimentas, cultivos o costumbres religiosas, así como para describir las ciudades que fue conociendo.  Páez no descubrió la región del Hadhramaut, pero sí fue el primer europeo que nos dejó una descripción de aquella zona.

Su capacidad de aprendizaje y su curiosidad no tenían límites. En su relato muestra las miserias de su viaje, se sorprende con los paisajes,  con los escasos cultivos, con la devoción de sus habitantes, se interesa con las ruinas de los edificios antiguos y da una visión de los árabes más tolerante con los cristianos de lo que se podría pensar.

Vista panorámica de Al Hajjarah

 

Uno de los primeros europeos en probar el café

Ciudad antigua de Moca

El Mar Rojo fue una arteria vital para la llegada de la plata española a los mercados de Oriente, por la que fluía gracias al comercio del café, producto originario de Etiopía,  centrado en el puerto yemení de Moca, el mayor exportador de este producto entre los siglos XV y XVII y punto de control del Imperio Otomano para el cobro de los tributos del tráfico en este mar. Procedente de este último y de Persia, la mayor parte de esta plata acababa siendo acaparada por el Imperio Mongol de la India.

Durante su traslado como prisionero desde Dhofar, en una ciudad yemení fueron recibidos amablemente por un hermano del rey, que les obsequió con una bebida para ellos desconocida. La misma era câua, el café, encontrando en el relato de Páez tanto la forma de su preparación como la fruta, bun, con el que se preparaba. Aunque en ocasiones se afirma que fue el primer europeo en describirlo, se le adelantó unos pocos años el botánico alemán Leonard Rauwolf, en un libro publicado tras un viaje por Siria en 1583.

Ciudad de Shibam

 

Las fuentes del Nilo Azul

Cataratas de Tis Isat, Nilo Azul

Las fuentes del Nilo Azul fueron durante miles de años uno de los retos más importantes para los exploradores, y los egipcios, griegos y romanos buscaron en vano su nacimiento,  no pudiendo llegar más allá de la unión de ambos ríos, el Nilo Blanco y el Azul, porque las cataratas, los cañones y otros accidentes naturales se lo impidieron.

En uno de sus paseos con el negus Za Dengel,  Páez contempló el 21 de abril de 1618  las fuentes del Nilo Azul. En el Capítulo XXVI, Libro I de su Historia de Etiopía lo describió, con una precisión geográfica que se vería verificada siglos más tarde:

Está la fuente casi al poniente de aquel reino, en la cabeza de un pequeño valle que se forma en un campo grande. Y el 21 de abril de 1618, cuando yo llegué a verla, no parecían más que dos ojos redondos de cuatro palmos de ancho. Y confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el Gran Alejandro y el famoso Julio César.

Fuentes del Nilo Azul

El arquitecto del Negus

Detalle de la decoración de un arco de la nave central de Martala Mariam

Durante su estancia en Etiopía, Páez se ocupó de la construcción de iglesias, palacios y puentes.  Conocía los oficios de maestro de obras y de albañil, y algunos de sus cimientos han resistido el paso de los siglos. El más importante de ellos fue el palacio del propio negus en Gorgona, sobre una península del lago Tana, en el año 1612.

Se conservan varias descripciones del mismo, que fue destruido por un terremoto en 1704. En el mismo borde del lago se ocupó de la construcción de otra iglesia, así como de otra erigida en Martala Mariam.

Las principales construcciones jesuitas en su modelo espacial son similares al de las iglesias ortodoxas. Constan normalmente de una iglesia, con una residencia anexa o una escuela, normalmente construidas a pocos cientos de metros de un palacio o una fortaleza de la nobleza o realeza abisinia.

Estos edificios de piedra y mortero, situados en sitios elevados, sirvieron para establecer símbolos permanentes de poder sobre el paisaje etíope. Tras la expulsión de los jesuitas, algunos de estos edificios fueron reutilizados para el culto ortodoxo, para usos monacales o incluso privados, incluyendo al propio negus.

La presencia de monumentos de corte europeo en el continente africano de esta época es muy escasa, y más fuera de los establecimientos portugueses de la costa, por lo que supone un rico acervo histórico para Etiopía, además de un importante reclamo turístico.

Detalle del muro de la iglesia de Gorgona

Conclusión

Tras su muerte en 1622, el manuscrito con su obra viajó por diversos lugares, como Goa, Bassein y nuevamente a Etiopía, para terminar en Roma, donde permaneció inédito hasta que el historiador Camillo Beccari lo publicó en su obra Rerum Aethipicarum Scriptores Occidentales inediti a saeculo XVI ad XIX en 1908. Fuera de los círculos académicos, fue la novela de Javier Reverte de 2001 Dios, el diablo y la aventura  la que, con una documentada y excelente recreación de su vida, puso en conocimiento del gran público su apasionante vida.

De él se comenta que era capaz, al cabo de un año, de predicar en una nueva lengua y de comprender y leer las crónicas antiguas. Aprendió persa en Bassein, árabe en su cautiverio, y amárico, geez y otras lenguas locales en Etiopía. Como hemos visto, ejerció de arquitecto y sus conocimientos y formación debieron ser realmente los de un humanista renacentista.  Como afirma Charles Libois, fue misionero, políglota, diplomático, asesor de emperadores, arquitecto de palacios e iglesias, cazador experto, viajero de maleta liviana y conversador talentoso y reputado.

Pedro Cano                                                       

Doctor en Historia y Arqueología

Europamundo Vacaciones 

                                                                                                       

 

 

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